06 de noviembre de 2023

El arte en lo cotidiano

Entregar un lugar al arte en proyectos de edificios privados fue visto como necesitad por algunos arquitectos, entre los años 50 y 70. Para esto encargaron a renombrados escultores una obra que diera valor a espacios de circulación, accesos y lugares en los que todos podían tener una conexión diaria con la belleza.

Entre las décadas de 1950 y 1970, muchos arquitectos chilenos destinaron en sus proyectos un espacio para el arte. Y no sólo en aquellos de uso público o encargados por el Estado, sino que en edificios de departamentos privados también aprovecharon las áreas de paso, halls o zonas de acceso para incorporar piezas escultóricas de renombrados artistas, de manera que sus habitantes y quienes los visitaban pudieran estar en contacto con ellas a diario.

Estas iniciativas obedecían a una época y a una visión integral sobre arquitectura, arte y urbanismo, que resultaba natural e incluso indispensable para lograr un real aporte a la ciudad y las personas. Un ejemplo emblemático de la importancia que se le daba al arte en la vida cotidiana son los 26 murales que hizo Ricardo Yrarrázaval entre 1954 y 1966 en la Unidad Vecinal Portales, por encargo de la oficina Bresciani Valdés Castillo Huidobro, y que adornan las cajas de escala, las circulaciones y accesos principales de los 19 bloques. Años más tarde, los mismos arquitectos pidieron a Yrarrázaval otras dos obras en las Torres de Tajamar (1967), justamente entre los edificios C y D, que corresponden a las pasadas urbanas y son los dos umbrales principales del conjunto habitacional.

En estos dos murales Yrarrázaval usó distintas técnicas; uno corresponde a un sobrerrelieve con aplicaciones de azulejo pintado, mientras que el segundo es un dibujo abstracto que realizó extrayendo una capa de concreto del muro, ‘mostrando la tectónica del edificio’, explica Pablo Altikes, director de la AOA. ‘En la arquitectura hay espacios que permiten que el arte esté para dar la bienvenida, acompañar en el trayecto o alhajar el espacio. Algunas obras nacen con el proyecto desde su origen y en otras se incorporan después, y eso marca la diferencia, porque en el primer caso hay una visión más integral’, agrega el profesional, doctor en Arquitectura que se ha dedicado a registrar murales ubicados en distintos puntos del país.

En la mayoría de los casos se repite que son los mismos arquitectos quienes piden a los artistas una obra para ser parte de su proyecto. Habría sido el caso del que realizó en 1961 la oficina Bolton Larraín Prieto y Lorca, en Apoquindo con Asturias, y que cuenta en el exterior, junto a una de sus puertas de acceso, con un mural vertical de arcilla que lleva la firma de Juan Egenau (1927-1987). Con una temática referida a los pueblos originarios, ‘es una joya que cuenta historias en cada cuadrante, y se pensó para ser contemplado desde la vereda o mientras se espera junto al citófono’, comenta Altikes.

Otros casos se sitúan en construcciones menos concurridas y se mantienen impecables gracias a la gestión y cuidado de sus propietarios; como el edificio de oficinas Terracota, diseñado en los años 70 por la oficina de arquitectos Hernán Ovalle, Eugenio Cerda y Mario Leyton, y que actualmente tiene como dueña mayoritaria a la familia Yaconi Santa Cruz. Este conserva en su ingreso dos grandes obras del escultor Matías Vial (1931-2023), una que enfrenta el acceso como un gran muro de acero repujado y, junto a los ascensores, otro en cerámica de tonos azules que plasma la imagen de un ave que podría ser un cóndor. Ubicado junto a la galería Drugstore, en la calle Las Urbinas, este edificio cuida un patrimonio que además potencia el carácter artístico y creativo del barrio.

Antes de entrar a la recepción del proyecto residencial que los arquitectos Germán Brandes y Gonzalo Alcaíno levantaron en 1976 en la calle Carlos Antúnez, por iniciativa de la constructora Ingas, existe una escultura abstracta en metal, de más de cuatro metros de largo, que viste el amplio hall exterior y resalta la espacialidad de esta zona de paso. Su autor es Sergio Castillo (1925-2010), quien ya en esa época había destacado con trabajos en importantes edificios de carácter público, como la Unctad III, por lo que resulta un gran logro disfrutar de su obra en un proyecto de uso privado y que está tan bien tenido .

Un hallazgo en la calle Bucarest son dos murales enfrentados en el acceso exterior de un edificio de departamentos, hecho en mosaicos cerámicos Irmir –el revestimiento de moda en los años 60-70– por el artista Rafael Sariego, con escenas que muestran la llegada de Pedro de Valdivia a Santiago; también la obra en cerámica que Rita Grob plasmó en un hall de una torre proyectada por Alberto Piwonka, hacia 1981, en la calle Ricardo Lyon.

Es un hecho que estas intervenciones dan valor a los espacios, pero lamentablemente fueron de carácter esporádico y dependieron de la voluntad de algunos brillantes arquitectos. Ellos nos regalan hoy la posibilidad de toparse con estas joyas en distintos rincones; por esto, hay que mirar con atención, porque el arte está en cualquier parte, también en la arquitectura.

Por María Cecilia de Frutos D.

El Mercurio –  Vivienda y Decoración

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