4 de aril de 2013

Amenazas a los espacios públicos

Por Juan Ignacio Baixas F.

Director Escuela de Arquitectura UC

El Mercurio

Señor Director:

Probablemente el lugar que mejor representa a la democracia es el espacio público. Ese espacio que es del pueblo, entendiendo por pueblo a todos y cada uno de los ciudadanos en igualdad de derechos y deberes. Nuestros parques, plazas y vías son un valioso patrimonio, un espacio de libertad que todos tenemos el derecho de usar y el deber de cuidar.

Habitar un espacio público requiere una cultura democrática de lo público, de parte de todos, ya que basta que unos pocos no la tengan para que el espacio público se destruya. Algunas muestras de dicha carencia las tenemos en nuestras ciudades a diario:

Una es el vandalismo destructivo, el gusto por la destrucción, una suerte de enfermedad crónica de unos pocos que contagia a otros tantos, y que en su manifestación más liviana, aquella de botar basura y desechos por doquier, contagia a muchos. Para ellos, el espacio público es una «tierra de nadie» donde descargar odios y escombros.

Otra es el aprovechamiento indebido, que en nuestro país, desgraciadamente, es una costumbre que goza de cierto estatus y es incluso bien vista. Si bien en general no somos un país corrupto, esa actitud virtuosa es reemplazada con creces por el vicio la pillería, que aquí se malinterpreta como viveza.

Es así que el espacio público sufre continuamente el aprovechamiento de los pillos, que van desde el lanza común -pasando por el pillo que se salta la fila, el taco o la luz roja, perjudicando a todos los demás- hasta la nefasta costumbre de incontinencia publicitaria (apoyada por una legislación permisiva) que contagia a algunos de nuestros empresarios, y en situaciones electorales a muchos de nuestros políticos, invadiendo la vía pública con publicidad a destajo que destruye paisajes, distrae a conductores e incluso genera, por ejemplo en los paraderos, situaciones directas de riesgo al obstruir las aceras y su visibilidad. Todo esto da cuenta de una cierta condición tercermundista de la cual nuestro país no logra deshacerse.

La fórmula parece ser fácil: En la medida que cada uno considere que el espacio público es propio (y no del fisco) cada uno lo cuidará como cuida su casa. En la medida que cada uno descubra que al perjudicar a los demás a la larga termina perjudicándose a sí mismo, dejará de ser pillo. En la medida que el respeto a los demás, unido a la indispensable virtud de la tolerancia, distinga nuestro estilo de vida, entonces el espacio público será el lugar donde por excelencia se ejercite la igualdad y muchas otras virtudes ciudadanas.

Con 25 años de historia, nos hemos ganado un espacio importante para la representación de los arquitectos en el debate público y frente a la autoridad. Buscamos tener una voz nítida y respaldada técnicamente, queremos llegar con nuestro mensaje a la opinión pública, y ser capaces de construir una red amplia de vínculos con la sociedad.