12 de septiembre de 2016

ISU 2016: POR MEJORES CIUDADES

Los atributos que le dan nombre –Innovación, Sustentabilidad y Urbanismo– se vieron en todos los proyectos nominados. Más allá de eso, esta versión de los Premios ISU vino a demostrar dos cosas que solo se sospechaban: el presupuesto de un proyecto no necesariamente determina su calidad y la arquitectura inmobiliaria no tiene que ser plana ni gris.

Proyecto MGV, ganador de premio ISU 2016 en la categoría Oficinas y Servicios.

Hotel Keo, ganador del premio ISU 2016 en la categoría Hotelería y Turismo.

Conjunto habitacional Las Perdices, ganador del premio ISU 2016 en la categoría Vivienda.

Como director de los premios ISU, Pablo Gil tenía voz pero no voto. El día siguiente de la entrega usa esa voz para hacer la necesaria evaluación, para decir que la cantidad y calidad de los concursantes aumenta cada año que suma el certamen, que el objetivo planteado –reforzar el vínculo entre el mundo inmobiliario y el de los resultados, el de las obras– se consolida cada vez más, que ese prejuicio de que la arquitectura inmobiliaria es plana y gris, que no tiene mayores motivaciones que el negocio, pierde parte de la fuerza que ha tenido por décadas.

 

«El desafío ha sido motivar a las inmobiliarias y a los arquitectos que trabajan con ellas a presentar sus proyectos. Esto ha creado valor en lo que producen. Hasta el surgimiento de los ISU la única recompensa para la arquitectura inmobiliaria era la venta del producto; algo que no es nada malo. Pero hoy los consumidores quieren que entiendan mejor sus necesidades específicas, agradecen y disfrutan más del buen diseño. Los arquitectos y los inmobiliarios se aúnan en ese sentido y vamos teniendo mejor ciudad», explica Gil. Para él los ISU destacan las buenas asociaciones que resultan en una arquitectura que no es necesariamente de élite: «No es un concurso convocado por una institución cultural. No es el Centro Cultural La Moneda ni el GAM ni el eje Bulnes. No, es una arquitectura cotidiana, la que constituye el 95% de lo que ves en la calle. Es nuestra realidad, y bastante buena por lo demás».

 

El jurado –todo un lujo, según Gil– compartió una mirada amplia que puede traducirse en: los mejores proyectos no son necesariamente los de mayores presupuestos. «No es casual que el primer premio en vivienda sea un proyecto de vivienda social en La Reina; muy bien lograda, que compitió con proyectos de 45 UF el m2. Hubo la madurez de ponderar el desafío que significa y los resultados a que se llegó, cuánto te dieron y qué hiciste con eso. Ese fue el principal criterio de selección. Los proyectos, en la categoría que fuese, se midieron en su mérito y con su vara. Oficinas, hoteles y todos los ganadores hicieron algo más allá de lo que se les pidió. Cumplieron y además hicieron un aporte». Álex Brahm había sido invitado a un concurso privado junto a otras cinco oficinas de arquitectura. Como había hecho antes en otros proyectos, Brahm se asoció a Gubbins Arquitectos para formular una propuesta y esta resultó ganadora. Así comienza la historia del edificio MGV, en la esquina de Espoz con Narciso Goycolea.

 

«Es un edificio para una familia que quería un home office en el último piso; el resto iba a ser arrendado. Además de buscar lo más simple posible en la arquitectura, entendíamos que el edificio estaba en una esquina, por lo tanto había dos paralelepípedos desplazados uno del otro, dando un espacio grande hacia la esquina. Por la forma de un parrón que baja se arma un gran atrio hacia la entrada de cinco pisos de alto. Se entrega así una dignidad especial al edificio y a su vez regala un aire a la esquina», explica Pedro Gubbins.

 

No olvidemos que el nombre de los premios enumera los valores que persigue: Innovación, Sustentabilidad y Urbanismo. En el caso del edificio MGV la creatividad queda clara desde la primera vista. Si es por sustentabilidad, el proyecto cumple todos los parámetros que permiten obtener una certificación LEED Gold. «Está muy controlada la pérdida de energía, privilegia estacionamientos de bicicletas y tiene un sistema de aire acondicionado muy eficiente. Pero mucho tiene que ver el diseño de las fachadas: las dos principales son oriente poniente; las celosías verticales funcionan mucho mejor así. El aluminio protege de la radiación solar».

 

En cuanto al urbanismo, el edifico aporta un aire a la esquina, hace un juego con el parque y la galería de arte que tiene en frente. «Dentro del concurso había otra propuesta bastante similar a la nuestra. El resto eran más bien monolíticas. La norma permitía hacer un poco de movimiento y, si uno lo desea, entregar algo a la ciudad. Otros se cerraban y dejaban un patio interior para el uso interno». En el premio, así como en los discursos finales del seminario, Gubbins vio que hay un acercamiento cada vez mayor entre la industria inmobiliaria y los profesionales que trabajan con ella.

 

«Por años los discursos de ambos lados se atrincheraban en su razón de ser; el inmobiliario en el mayor beneficio, en sacar la mayor rentabilidad; el arquitecto en la mayor belleza, el aporte a la ciudad. Me parece que las posiciones se están acercando. También me parece que el premio tiene valor porque los arquitectos estamos acostumbrados a ser premiados por los pares, no por la ciudadanía, no por los empresarios, no por nuestros clientes. Aquí eran parte del jurado y eso me parece un valor».

 

Lo que ocurrió con este proyecto fue inusual en al menos dos sentidos. Primero, la oficina de Patrick Turner contó con libertad total. Segundo, el consorcio catalán-argentino que actuó como mandante permitió que se subordinara a un proyecto distinto, más grande; que fuera una pieza dentro de un engranaje mayor. «Se trató de reinsertar el valle del Limarí en la nueva oferta turística de Chile. A pesar de la actividad astronómica, viñatera y antropológica; a pesar de contar con el Valle del Encanto, el’ bosque valdiviano’ de Fray Jorge y una de las dos minas de lapislázuli que existen en el mundo, estaba fuera de la ruta».

 

El valle es una gran meseta plana que presenta una serie de quebradas. La ciudad de Ovalle se ubica en una de ellas, también el Valle del Encanto. Desde el poblamiento de esta zona los habitantes escogieron las quebradas y reservaron la meseta para la agricultura. «Estas grietas de la meseta se transforman en subvalles. El proyecto imita eso. Replicamos el poblamiento de la zona por la cultura diaguita con una villa que en el centro tienen una gran grieta. Todos los usos se articulan a partir de ella. El hotel se ubica sobre la meseta, por sobre Ovalle», explica Turner.

 

Los volúmenes bastante herméticos se posan sobre una isla de piedra tratando de conquistar el espacio interior. El único que se asoma es el hotel, desplegando una gráfica diaguita, quienes para Turner fueron adelantados del arte cinético con sus admirables diseños geométricos. La fachada del hotel trata de recuperar su alfarería. Todo lo demás se descubre por dentro. «Hay un gran spa que reinterpreta los pozones y el Valle del Encanto. Muy tectónico e interior. También hay un museo diaguita, otro volumen de hormigón, también con apertura cenital, y con una exposición de alfarería diaguita bien relevante. El proyecto es una multiplicidad de distintos destinos, generando una especie de villorrio, donde el casino queda subordinado».

 

En resumen se privilegiaron el diseño y la intención de aportar al valle, de presentar al público su impresionante potencial, más cercano que otras ciudades exitosas en el turismo. Para que este proyecto viera la luz hicieron falta nueve años de gestión, la determinación de dos alcaldes durante tres periodos, la voluntad política del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, la aprobación técnica del Serviu Metropolitano y el trabajo en asociación de cuatro arquitectos –Pedro Gubbins, Víctor Gubbins, Antonio Polidura y Pablo Talhouk–, apoyados por al menos doce colaboradores.

 

«A pesar de que se plantean pequeñas acciones para mejorar el espacio público, resolver de la forma más eficiente posible la técnica constructiva y generar un entorno consolidado que les dé plusvalía a las viviendas, pensamos que el Conjunto Habitacional Las Perdices tiene un valor universal, más allá de la arquitectura, ya que resuelve el problema de vivienda para 151 familias vulnerables que esperaron 14 años para poder vivir ahí», dice Pablo Talhouk.

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